jueves, 10 de junio de 2010

Luces y Sombras, 1965

¿Qué habrá detrás de toda la arena? ¿Qué misterios encierra ese mundo exterior, ese mundo desconocido que me fascina?

Deberá poseer los encantos y riquezas que esta pobre tierra, estéril de tanta explotación ya no es capaz de producir.

Cada día me parece uno menos de la condena de vivir en el encierro de esta cárcel que el haber nacido en este suelo anteriormente fecundo me impusiera.

Tengo que encontrar la forma de huir, adentrarme en otros mundos, salir de esta sucesión interminable de situaciones rutinarias que embota al hombre; sólo el amanecer parece despertar en mí alguna emoción: su belleza conmueve las fibras más íntimas de mi ser.

Después vuelve la misma realidad desconsoladora, aburrida.

Y decido correr el riesgo de morir de hambre y sed por conocer el mundo exterior a mi prisión, antes que morir en vida continuando esta existencia insulsa.

¿Hacia donde caminar?

Tomo cualquier dirección, como nave al garete.

Pasan los días, y la desesperación quiere sellarme su beso terrible; el hambre y la sed me acosan, se apodera de mí el miedo a la muerte.

Quisiera regresar, mas es demasiado tarde: moriría irremisiblemente en el intento.

Pero conservo aún algunas fuerzas que me permiten seguir dando pasos en este mar de arena inhóspito, candente.

¡Tengo que encontrar ese mundo mejor!.

Veo a lo lejos los perfiles de árboles y montañas. ¿Serán alucinaciones mías?

¡He encontrado el camino! Esos bosques frondosos, esas montañas de belleza tan extraña tienen que ser lo que tanto había soñado, lo que tanto anhelaba.

¡Al fin libre!

Camino por la selva; mi peregrinación no termina, pero es tan poco lo que falta para encontrar el asiento de otros hombres, y la naturaleza es tan pródiga en estos lares, que el tiempo no importa ya.

Mi imaginación me transporta a esa cultura desconocida y veo tantas imágenes sublimes en ella que el sufrimiento pasado en su búsqueda es compensado con creces.

Sigo caminando; los bosques se van haciendo cada vez más densos, los árboles más altos, la humedad mayor, la claridad menor, los insectos más numerosos, la conquista más lejana.

¡Cuánto importa el tiempo ahora!

Ya no veo la luz del sol. Sólo penumbras y oscuridades.

He tenido que dar rodeos, y como no he marcado el camino no sé si voy o vengo. Nada hay que me guíe.

¡Nuevamente perdido!

Mi vida se mueve oscilante cual péndulo enloquecedor. Busco incesantemente la flor de la felicidad, y sólo veo abrojos por todas partes. Sin embargo, es tan fuerte mi deseo que a veces me engañan los espejismos del camino.

¡Oh vida, enséñame tus secretos!

¿Acaso me haces padecer este suplicio para darme la luz?

Marcos R. Taveras es consultor empresrial
marataveras@hotmail.es

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