jueves, 10 de junio de 2010

La Sociedad de Mañana

Los medios de comunicación han estado reseñando noticias cuyos contenidos asustan, por lo que parece nosotros, padres, percibimos como rol paterno, que puede ser inferido del comportamiento de niños y niñas de la presente cosecha.

El Caribe relata la increíble desgracia de una madre que por segunda ocasión pierde hijos pequeños, a quienes ha dejado desatendidos en su hogar, con las puertas cerradas con llave y bajo exclusivo cuido de la iluminación de una vela encendida y obviamente mal colocada.

En ambas ocasiones, y en barrios diferentes, las viviendas se incendiaron perdiendo la vida sus hijos, achicharrados por el fuego.

Dejaron de existir cinco pequeñines que se han perdido cuando menos por irresponsabilidad materna, en eventos sobre los cuales cualquiera podría pensar que son consecuencia de acciones premeditadas.

Escuchamos el caso de una niña que trató de envenenar a sus dos padres porque no aceptaba sus regaños, mezclando con veneno para ratas una bebida que les preparó.

Parece la noticia relatar el acontecer de una sociedad en la cual los castigos son tan severos e incomprensibles para la mente infantil que producen en ésta un terror tan grande como para llevarla a inventar como solución el asesinato de sus propios padres.

Nos enteramos por la misma vía del caso de un infante de siete u ocho años de edad, a quien otro niño de siete años le sustrajo su lápiz en el salón de clases. Respondió la agresión tirando al compañerito al suelo y pateándolo en el cuerpo y la cara.

Más tarde, durante el recreo, se armó de una navaja con la cual profirió una enorme herida de mejilla a mejilla que pasó el cuello por detrás y que requirió cincuentiseis puntos de sutura.

Entrevistado por la prensa, el Director de la escuela solo atinó a decir que esos son casos no extraños en la escuela.

En otro caso, un niño intentó quitar la vida de su maestra mezclando con una sustancia tóxica, llamada plomerito, el jugo que con aparente cariño brindaba a su maestra, también reflejo de temores resultantes de castigos.

A inicios de este año escolar me vi en la obligación de inscribir a uno de mis hijos en un colegio diferente al que atendió el año pasado, porque, a pesar de haber obtenido notas muy altas en el examen final del año pasado, lo cual hizo que la Directora, reconociendo su esfuerzo final, lo llevara al curso próximo, su maestra anterior, al día siguiente, lo sacó de allí y lo llevó al aula del curso anterior, degradándolo aunque la ley lo prohíbe, con las burlas de los compañeros y la mirada de telodije de una maestra que no debería tener acceso a ganarse la vida educando.

He visto pasar por mi casa un grupo de niños de alrededor de diez años vestidos de negro lanzando piedras y artefactos explosivos hacia el interior de las casas del barrio, en un blitz al estilo de las fuerzas nazi de principios de la Segunda Guerra Mundial, en un tipo de organización incipiente compuesto de víctimas infantiles del crimen organizado.

También, el jolgorio de los niños del barrio que compran fuegos artificiales en los colmados y luego los usan en el vecindario con la aparente complicidad de sus propios familiares, de sus amigos y sus vecinos.

He visto muchas veces la llegada de padres que traen a sus infantes hijos artefactos que pueden convertir a más de uno en lisiados.

La ley protege a los niños supuestamente por encima de la autoridad de sus padres.

Pero cuando uno ve ese tipo de comportamiento no puede sino tener escalofríos por la incapacidad nuestra de educar de acuerdo a nuestra ética, y de las autoridades de hacer efectivo el mandato de la ley.

Recuerdo en una ocasión, en 1988, mientras vivía en los Estados Unidos, cuya legislación es muy parecida a la nuestra, dos de mis hijos tuvieron un intercambio de golpes en el que uno recibió el amoratamiento de uno de sus ojos.

No me di cuenta porque salía a mi trabajo a las cinco de la mañana y el pleito sucedió después de acostarme.

Lo supe cuando un oficial policial me fue a buscar a mi trabajo, a medio día, para ser instruido de cargos de maltrato a mi hijo golpeado por su hermano, porque la maestra consideró que había sido obra mía.

Cuando se me exoneró de cargos, traté de demandar al chismoso.

La respuesta del juez a mí fue que la ley protegía al querellante y que, además, protegía a los niños.

La Procuraduría General de la República Dominicana debería instruir a todas las fiscalías a usar el mandato de la ley para promover la denuncia de los ciudadanos respecto del descuido de sus vecinos, de la permisividad de padres apoyadores, de la agresividad del trato y de la educación de la familia, de castigos y golpizas crueles a los distintos miembros de la familia, de padres que regalan vehículos a niños y anteponen sus goces a la responsabilidad social, de autoridades que se hacen de la vista gorda, que son causantes de las desviaciones productoras de infantes delincuentes, o de cualquier tipo de delincuentes.

También debería tal procuraduría de mantener una vigilancia estrecha de todas las instituciones sociales que supuestamente tienen el deber de incidir en el proceso de producción de ciudadanos, no importa si les llamamos colegios, escuelas, liceos, universidades o como sea.

¿Qué nos pasa? Como abuelos, padres, tíos, padrinos, hermanos y vecinos, tenemos la obligación de examinarnos a nosotros mismos, porque la conducta de los infantes dominicanos es obra nuestra.

Obra de la tradición, del hogar, del vecindario, de la escuela y de la sociedad, porque los niños aprenden de la conducta que observan en su entorno e internalizan los valores que perciben en los demás.

Tenemos que cambiar. Los padres primero, para eliminar la violencia doméstica de nuestras vidas y recuperar la costumbre de hacer conjuntamente con los niños la comida, el estudio y la recreación.

La escuela, que ahora solo parece buscar dinero y ha olvidado su rol de crear valores éticos importantes para la vida en sociedad, para asumirlo de nuevo así como para insuflar curiosidad en los estudiantes que los inspiraren a ser personajes importantes en el mañana.

Las universidades para que abandonen la concepción de que solo sus miembros, que nada saben, todo lo saben.

Para el gobierno que expresa y promueve todo lo que debe ser hecho, pero nada hace.

Pero principalmente para usted, padre, aunque a veces le toque a la madre, que cree que no tiene tiempo para ocuparse correctamente de sus hijos.

Hágase el favor de pensar sobre lo que usted está ayudando a crear y entregar a la sociedad, así de cómo serán sus adorados y perfectos hijos de ahora.

Si piensa bien se dará cuenta de que tiene que sacar ese tiempo o vivirán ambos eternamente arrepentidos de haber sido padres.
Marcos R Taveras es Consultor Privado
marataveras@hotmail.es

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