miércoles, 27 de mayo de 2009

LA MASCARADA

En estos últimos días hemos vivido una mascarada, aunque no estoy seguro de qué tipo, porque parece ser comparsa de enmascarados donde cada persona (máscara en griego) actúa su favorito rol patriótico en festín de trampas y enredo para engañar a los bobos ciudadanos que pensamos que nos lleva hacia adelante aunque todos sabemos que nos llevan con ellos, donde a ellos les conviene.

Da gusto ver el teatro en donde los disfraces dan risa en una diatriba entre la concesión constitucional de la nacionalidad por jus solis o por jus sanguini. Es que cualquiera adopción, no importa cuán bien articulada esté, para formar parte en nuestra Carta Magna, solo evalúa, en el fondo, el problema de la migración hacia la República Dominicana de un enorme número de ciudadanos de nuestro vecino Haití, una República legalmente constituida hace mas de 207 años, que todas las demás naciones miembros de organismos internacionales saben que no es viable como nación independiente y autosustentable.

La Republique d'Haity, fruto de heroísmos extraordinarios, no solo fue la primera República de Negros de la Historia, sino que además contribuyó con recursos bélicos y humanos a la independencia de muchas de las demás colonias americanas que se convirtieron en naciones independientes, incluyendo a Venezuela y México, en mas de una ocasión, así como a la consolidación de la independencia dominicana, y mientras esclavos lucharon heroicamente, como voluntarios, por la independencia de los Estados Unidos de América.

La mascarada me causa risa porque se podría comprender una lucha de definición ciudadana para una constitución de países como Irlanda, Bélgica, Holanda, Israel, así como para muchas naciones desaparecidas por el “desarrollo” de la historia, pero no para la República Dominicana que es país conquistado de población autóctona exterminada, ergo sin la potestad de argüir jus sanguini ahora con una población principalmente mulata que ha sido entregada por el devenir histórico.

Devenir histórico traumatizante por el exterminio de los habitantes originales, por el abandono del poder colonial, por las invasiones de los adversarios de ese poder, por la pobreza extrema de sus abandonados habitantes, pero principalmente por la calidad sempiterna de esos habitantes que a pesar de enormes adversidades lograron hacer su república.

Cuando la parte española de la Isla de Santo Domingo (La Española) es entregada a Francia, España lo hace porque había decidido cambiar las rutas de defensa a sus posesiones en lo que hoy se conoce como El Caribe. Había eliminado a Santo Domingo como origen y como destino de sus embarques, había desestimado la inversión hecha en Santo Domingo como sede de gobierno y había promovido la migración de sus mejores habitantes a otras tierras. Al tiempo de ese desarrollo, había dejado de proteger la ruta que llevaba de España a Santo Domingo, y viceversa, de los ataques de Piratas y Corsarios.

Por eso sucedió la migración de la mayor parte de la población pudiente a Cuba, Puerto Rico y a Tierra Firme--México y Sud América, se ocasionaron las devastaciones de Osorio (que procuraban concentrar la población de La Española en reductos defendibles), piratas y corsarios pudieron ocupar, explotar y mantener partes del dominio geográfico de la colonia, y Francia logró establecer su dominio en el occidente de la isla para dar inicio a su colonia de Saint Domingue.

Pero, entones, ¿a quién le importaba cuántos somos? Solo se estaba consciente de ser demasiados pocos, mientras la colonia francesa crecía vertiginosamente. Francia se ocupó de producir riqueza, nosotros solo de sobrevivir y trabajar para comerciar con la parte occidental, mientras recibíamos, contentos y felices, a los revoltosos esclavos que nos permitían incrementar la producción para el comercio con Saint Domingue, y aceptábamos que la zona rural hiciera el comercio incumpliendo la ley colonial, sin importarnos el engrosamiento poblacional con los cimarrones de Saint Domingue. No podía importarnos porque necesitábamos incrementar la población para producir riquezas.

De esa actitud surgieron San Lorenzo de los Mina, Mandinga, Villa Mella y varios Palenques, todos zonas cimarronas de población rural independiente, que suministraban sus productos a las zonas urbanas y vendían su mano de obra a los ganaderos exportadores hacia Saint Domingue.

El recurso de separación cambió todo, pues las economías de ambos lados dela isla tenían en lo adelante que ser independientes, por ser enemigas. Entonces aquí había que promover el asentamiento de gente parecida a la percepción de lo nuestro.    Así se hizo imperativa la liberación de nuestra nacionalidad para contrarrestar la enorme diferencia poblacional entre Haití y la República Dominicana.

Todos queríamos que nuestro despoblado y virgen país se poblara de gente “como nosotros.” Blancos, o lo que sea, pero no negros. Así promovimos y dimos bienvenida a turcos, judíos, españoles, japoneses. Mientras rechazamos haitianos.

Pero se nos olvidó que hay una ley inexorable. La de la demanda insatisfecha. Se nos olvidó que para producir hay que tener mano de obra. Se nos olvidó que en la medida en que sustituíamos nuestra dependencia de un Haití que se iba empobreciendo a velocidad extravagante, nosotros necesitábamos de la inmigración para producir riqueza nacional, es decir, necesitábmos de mano de obra que no estaba disponible. Cuando nos dimos cuenta ya Haití era una de las naciones mas pobres del planeta Tierra. Por eso los haitianos empezaron a satisfacer la demanda nuestra.

Decidimos importar mano de obra barata para abaratar el costo laboral que permitía a nuestros incipientes empresarios tener mejores beneficios, y la conseguimos de Haití porque ahí al lado había una gran población lista para trabajar en lo que se necesitare, si la migración fuese posible. Y se hizo posible. La hicieron posible quienes habrían de obtener ganancias.

Ganancias del tráfico ilegal de personas que se estableció en nuestro país y que ahora, a pesar de nuestros deseos de poblar nuestro territorio con no negros, nos encontramos sobrepoblados por negros provenientes de Haití. Sin embargo nuestros legisladores en su calidad de reformadores de la Constitución se obstinan a castigar a las víctimas del tráfico y no a los victimarios, solo porque ellos son extranjeros ilegales.

El problema real es que no queremos esa población que ya está aquí. Por eso nos olvidamos de que en la República Dominicana no hay sangre identificable como nativa, y que eso nos hace a todos ilegales, pues aquí nadie vino con visa de residencia.

Nuestra Constitución se modifica en mascarada, en su procura de definir una ciudadanía con derecho de sangre nativa. Pregunto, inocentemente, si los hijos de los Taveras, mi apellido, viejo en Israel y España, y también aquí, con generaciones asentadas en esta isla, que en hebreo significa incendio, deberían tener nacionalidad dominicana por jus sanguini.

Personalmente creo que aquí todos somos inmigrantes.


Marcos R Taveras es Consultor

marataveras@yahoo.es





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