jueves, 10 de junio de 2010

Alianza Estratégica

El domingo 4 de agosto de 1946, cuando terminamos de almorzar los hijos y nietos de Patricio Badía fui a visitar una familia vecino distante unos cien metros al este frente a la de mi abuelo.
Llegué cerca de la una de la tarde cuando todavía algunos no terminaban almorzar. Me paré bajo la enramada a esperar mis amiguitos para luego compartir juegos y conversaciones.
De súbito sentí que todo se mecía con fuerza y me vi lanzado al suelo. Al pararme vi a lo lejos una polvareda en dirección hacia la esquina sureste del pueblo. Era que la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús se desplomaba.
Nadie en Moca había sentido temblores de tierra, mucho menos terremotos. Pero había consenso sobre sus causas expresado de inmediato por golpes en el pecho pidiendo perdón a Dios por haberles deparado tal desgracia en castigo o en venganza por sus pecados. Era universal esa adjudicación fanática expresada con un “por mi culpa”, adobada con promesas de renovación de conducta para evitar castigos del Dios vengador.
Al retornar al hogar, encontramos que mi padre sintonizaba una emisora extranjera por la que se informó que acabábamos de sentir un fuerte terremoto y que oleajes también fuertes habían ocasionado destrucciones en Nagua.
Pronto la gente diría que el mar se había metido en Matancitas y Nagua, y que el terremoto llegó como castigo de Dios por nuestro mal proceder. Los creyentes, contritos, apoyados y organizados por la iglesia que había perdido importante edificación de culto, iniciaron procesiones para pedir perdón a Dios y colectas para reconstruir sus activos dañados.
Tenía siete años de edad, pero este suceso cambió mi percepción de lo divino. Vívidamente recuerdo mis preguntas a mi madre y sus respuestas: ¿por qué tanta algarabía todos los días pidiendo perdón? -porque la gente cree que el terremoto lo hizo Dios para castigar nuestros pecados. ¿Tú has hecho algo para que te castigue? -No. Esas son creencias viejas.
La nación dominicana se pasó el resto del año pidiendo perdón por sus pecados, procurando que con sus acciones fuesen éstos redimidos.
Pero nadie pidió perdón a Dios, ni siquiera las autoridades de la iglesia, por la desgracia de sufrir una dictadura que nos aplastaba, asesinaba, sometía y mantenía ignorantes, sin libertad, democracia y justicia. Pedir perdón porque permitimos que un criminal nos gobernara.
Hoy sé que Monseñor Pittini llegó a entendimientos con Trujillo para usar a beneficio de la iglesia católica la imagen del sátrapa que nos gobernó durante 30 años, en una abominable y diabólica alianza política. Y esa alianza es algo sobre lo cual la Iglesia Católica debería pedir perdón.
Nuestro Cardenal, cuya familia entregó múltiples mártires a la causa de la libertad, debería promover tal perdón, por el apoyo promovido por las acciones de Pittini.
Marcos R. Taveras es Consultor Privado
marataveras@gmail.com

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